Acostada sobre el pasto, el viento sobre su cara, los ojos cerrados y la mente prácticamente en blanco, Paula estaba en el parque esperando a que algo ocurriera. No pedía nada especial, simplemente quería volver a creer en la magia de la vida, en esos momentos que, aunque podían ser breves, lograban cambiar el camino y devolvían las ganas de vivir.
Las 4… Las 5… Las 6…Tres horas y nada sucedía.
La vida parecía una estafa, todo lo bueno estaba en la vereda de enfrente, pero en ese pedacito de pasto que ocupaba Paula nada pasaba. Se sentía cansada de siempre tener que esperar por ese pedacito de cielo que a todos nos correspondía y que a ella parecía no llegarle nunca.
Abrió los ojos y se sentó mirando el suelo. Quería llorar. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas y el viento inmediatamente las secaba y dejaba pequeños caminitos de sal en su piel. ¿Dónde estaba la magia? ¿En que lugar había que ir a buscarla? ¿Acaso ella había perdido su oportunidad?
Levantó la vista. De pie junto a un árbol había un hombre sonriéndole. Llevaba una rosa en la mano. Paula sonrió, había llegado. Caminó hasta él y se abrazaron fuerte. Él le entregó la flor y le dijo.
«Recorrí todos los parques hasta llegar al correcto. Sabía que te iba a encontrar».
Y aunque pensó que todo estaba perdido, la vida le demostró a Paula que la magia existe, que simplemente hay que levantar la vista para verla. En cualquier momento, en cualquier lugar aparece ese pedacito de cielo que todos anhelamos.