No era necesaria la cercanía porque la atracción era evidente. El simple roce de sus piernas mientras compartían el sillón era electrificante y pese a que Antonia hacía esfuerzos por omitir a su cuerpo, el corazón la traicionaba y latía cada vez más rápido. Rafael quería manejar la situación pero al notar la indiferencia de ella, seguía intentándolo, provocándola y haciendo de cada momento una oportunidad para mantenerla cerca de él.
Antonia no sabía cómo, pero lograba mantenerse impávida y hacía de esos gestos algo cotidiano a ojos del resto, pero su interior le gritaba desesperadamente que las fuerzas pronto se agotarían y que un roce más y se entregaría nuevamente a sus brazos. Sabía que era un peligro, que eso no podía volver a ocurrir y esa dualidad interna la desesperaba.
Sin mayor movimiento, el brazo de Rafael se apropiaba de la cintura de Antonia y juntos observaban una situación absurda, a la cual ella no prestó atención, todos sus sentidos estaban en la mano de Rafael que suavemente acariciaba su espalda, de forma sutil, invisible, electrizante…
Ella se movió levemente del lado de Rafael sin perder la conversación y ocultando por completo los sentimientos provocados. Por su mente, se cruzó la idea de dar dos pasos y abrazarlo. Lo miró. Lo observó. Respiró. Y se alejó.
De haber estado solos, el final de esta historia hubiese sido muy distinta.